Recuerdo el verano en que devoré, de una sentada, El Perfume de Patrick Süskind. Más allá del relato, ligero y de fácil lectura a pesar de su oscura historia, lo que más me atrajo del libro, queriendo como quería ser, de pequeña, bruja (una obesión que me duró hasta bastante mayor, prácticamente hasta cuando estaba mirando opciones para la Universidad y descubrí que “eso” no era una carrera -por lo que me decanté por la Antropología-) fue el poder que se le atribuía a los olores. Siempre he pensado que los perfumes son como una poción mágica. Y aunque con los años he aprendido a aceptar que no se puede doblegar la voluntad de las personas con hechizos y pócimas (¡qué timo lo de la brujería! Suerte que queda la retórica…), las fragancias sí tienen cierto poder para evocar sensaciones y hasta para predisponer actitudes… Un perfume puede trasladarte a orillas de una playa paradisíaca y hacer que sientas la calidez del sol bañando tu piel repleta de arena o darte el boost que necesitas para salir de noche sintiéndote la persona más sexy del planeta. Aunque creo que parte de esas sensaciones no vienen sólo por el olor, sino por el imaginario que se crea con el nombre y la campaña que acompaña el lanzamiento del perfume. Ay, el poder del nombre… ¡Qué peligro! Sobre todo cuando te está diciendo que es venenoso. O venenosa, como la nueva Poison Girl de Dior…
¿Quién más siente la necesidad imperiosa de oler la nueva fragancia de Dior YA? Pues atentas porque llega el próximo 1 de febero con Camille Rowe como imagen. Seguro que con su fragancia y sus lecciones de francés, nosotras también podemos conseguir su “allure” (venenosa) :P
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